miércoles, 5 de agosto de 2009

Índice de ‘Estados fallidos’ 2009


Tomado de Foreign Policy
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Los países más frágiles están abriendo los ojos a la cruda realidad: una profunda crisis económica, innumerables catástrofes naturales y gobiernos que se derrumban. Este año profundizamos más que nunca en qué ha ido mal y quién ha tenido la culpa.
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Puede que Yemen no salga aún en las portadas de los periódicos, pero los gobiernos de todo el mundo lo observan con atención. El Estado yemení se encamina hacia el desastre: reservas de petróleo y de agua menguantes; una turba de inmigrantes –algunos de ellos supuestamente relacionados con Al Qaeda– que llegan en masa desde el vecino fallido de al lado, Somalia; y un Gobierno débil cada vez más incapaz de conseguir que todo siga funcionando. Muchos temen que Yemen se convierta en el próximo Afganistán: un problema mundial en forma de Estado fallido. Y no sólo es Yemen. La crisis financiera ha sido una experiencia casi mortal para Pakistán, carcomido por la insurgencia, y que se mantiene vivo con ayuda del FMI. La onda expansiva de la crisis ha golpeado a Camerún, provocando revueltas, violencia e inestabilidad. Otros países dependientes del comercio internacional de materias primas –Nigeria, Guinea Ecuatorial o Bangladesh– también se han llevado lo suyo este último año, al ser víctimas de lo que el economista Homi Kharas denomina “efecto latigazo”: una espectacular subida de precios seguida de su desplome. Nada permite pensar que en 2009 la situación vaya a mejorar.
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Muy al contrario, la recesión mundial está extendiendo el temor a que se desmoronen numerosos Estados de golpe. Ahora más que nunca, los líderes mundiales, desde la ONU y el Banco Mundial hasta el Gobierno de EE UU, podrían verse en la penosa necesidad de elegir entre Estados fallidos. Lo cual no es más que un caso complejo del viejo e incómodo dilema: ¿a quién ayudar cuando tantos lo necesitan?
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Se trata de un cuestión dura para tiempos duros, y constituye el telón de fondo del quinto Índice anual de Estados fallidos , una colaboración entre la Fondo por la Paz, entidad de estudios independiente, y Foreign Policy . Mediante el uso de 12 indicadores de cohesión y rendimiento de los Estados, y el análisis detallado de más de 30.000 fuentes de información públicas, se pudo clasificar a 177 países en función de su riesgo de fracaso, y se configuró una lista con los 60 Estados más vulnerables.
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La decisión de a cuáles ayudar depende en gran medida de sus necesidades. Y es que, como diría Tolstói, cada Estado que fracasa, lo hace a su manera. Por ejemplo, este año Georgia empeoró 23 puestos en el índice debido a un fuerte repunte del escurridizo indicador “invadido por Rusia”. Somalia y la República Democrática del Congo fracasan porque sus Gobiernos oscilan entre la debilidad permanente y la inexistencia; en cambio, Zimbabue y Myanmar (antigua Birmania) se hunden porque sus Ejecutivos son lo suficientemente fuertes como para ahogar la vitalidad de su población. Irak es un fracaso, pero puede que su trayectoria apunte hacia arriba, mientras que Haití también es un fracaso, pero resulta difícil imaginar ninguna mejoría. Otro hecho a tener en cuenta es que un mayor riesgo de fracaso no siempre es sinónimo de peores consecuencias si dicho fracaso llega a producirse. Por ejemplo, Zimbabue (2º puesto en el índice) técnicamente está peor que Irak (6º puesto), pero las consecuencias geopolíticas de un fracaso del Estado iraquí serían mucho más graves. Por eso Pakistán (10º) despierta más preocupación que Guinea (9º), y Corea del Norte (17º) más que Costa de Marfil (11º).
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Luego hay casos paradójicos, como el de Irán, que ha empeorado 11 puestos este año. Con su ya maltrecha economía, un Estado parásito hundiéndola aún más, y encima una crisis mundial, no es de extrañar que flaquee. Pero hay un aspecto bastante importante en el que el régimen de los ayatolás no es un fracaso, sino más bien un éxito: la carrera por conseguir armas nucleares. Y es este éxito el que lo mantiene a flote, por encima de las malas noticias de sus innumerables fracasos.
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La cuestión de qué Estados fallidos requieren atención bien puede reducirse a cuáles plantean una amenaza mayor para el mundo en su conjunto. Pero incluso la supuesta conexión entre ellos y el terrorismo no está tan clara como muchos presuponen desde que el 11-S activó la alarma sobre las consecuencias de que haya Gobiernos que no controlan su territorio. Ahí tenemos a Somalia, que este año repite en el puesto número 1. Un reciente informe del Centro de Lucha contra el Terrorismo de West Point, basado en documentos incautados a Al Qaeda, ha revelado que la organización de Bin Laden lo pasó bastante mal cuando intentó usar Somalia como base de operaciones por las mismas causas que las misiones de paz internacionales de los años 90 fueron incapaces de operar en el país: infraestructuras pésimas, demasiadas violencia y delincuencia y carencia de servicios básicos, entre otros factores. En resumen, Somalia es demasiado desastrosa incluso para Al Qaeda.
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¿Qué Estados fallidos constituyen amenazas para la seguridad mundial y cuáles son sólo una tragedia para su propia población? Es una pregunta trascendental en este año que vivimos peligrosamente, al igual que otras: ¿Cuáles pueden ser los siguientes países en reventar? ¿Existen bolsas de prosperidad dentro de Estados fallidos? ¿Quién (o qué) tiene la culpa de que las cosas vayan mal: gobernantes corruptos, sociedades disfuncionales, vecinos perjudiciales, la crisis mundial, los infortunios de la historia, o simplemente la geografía?
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