miércoles, 30 de junio de 2010

Lo intelectual aquí pasó de moda


Es una lástima el tener que admitir públicamente que la intelectualidad ya no vende en este país; que es una de las muchas cosas que se han echado por la borda, para dar paso a la mediocridad que se esconde detrás de un saco y una corbata, y lujosos vestuarios femeninos, como a la mediatización interesada de cualquier índole.
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Ver programas televisados de producción nacional, u oír los que son radiados, en sus diferentes géneros, reparando en las primacías generalizadas que se discriminan para sacar al aire, evidencia claramente, que ya los medios de comunicación de masa, en su mayoría, sólo se utilizan para alienar a la población y de servir como caja de resonancia de los intereses económicos y políticos, regentes en los tiempos de que se trate.
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Muy cierto es, que tanto los medios radiales como los televisados, ya no dejan espacio para uso de los reales intelectuales con que cuenta la República, mismo que a los analistas racionales y críticos letrados que tenemos de sobra.
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Todo ha pasado a manos de seudos periodistas, comunicadores y presentadores improvisados, que hacen las veces de “todólogos”, y hasta de “disparatólogos” en ocasiones, pues osan comentar y emitir opiniones sobre asuntos intrincados de toda naturaleza que, por sus enfoques dejan entrever el poco manejo de los temas que abordan alegremente.
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Aquí se da el caso que, cualquiera con acceso a un micrófono o cámara de televisión, se atreve a opinar sobre economía, política, historia, religión, sexo, etc., sin el menor rubor; al igual que preocupación de que se catalogue de disparatero, o repetidor de criterios ya vertidos por otros, con aptitudes para hacerlo.
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Lamentablemente, la pantalla chica viene siendo muy mal manejada en esta Nación; se circunscribe a banalidades informativas del diario vivir; siempre lloviendo sobre mojado; analizando las mismas situaciones en diferentes canales. Claro que, según soplen los vientos, se habrá de opinar a favor o en contra.
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Los otros tipos de presentaciones diversas, en verdad muy poco aportan a la sociedad dominicana, por su esencia, visos demagógicos y ribetes de ineptitud; politiquera (no política, en el orden científico), deportes, cocina, espectáculos de bajo tono, en cuanto a lo moral, y hasta mal logrados. Uno se pregunta con preocupación, ¿aquí parece que ya se perdió todo control? De igual forma, y a manera de ejemplo, ¿se aprenderá a cocinar por televisión?; ¿o sólo es una manera de vender imagen, con los patrocinios comerciales que logran las productoras?
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Muy cierto es que la televisión dominicana luce como una sala de teatro, en la que participan muchos actores y actrices, pagados por empresarios y políticos. A propósito de eso dice Amparo Chantada, con mucha razón, en un artículo publicado en el periódico Hoy, “Los presentadores de información son más actores que periodistas, enfatizan, dramatizan, vociferan, se toman una aspirina en medio de la tragedia y llegan hasta llamar por celular, puro teatro en vivo”. Y eso, que se obvió hablar en el trabajo, de los interactivos pagados que llaman a los programas.
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Sin temor a equivoco se podría decir, que el intelectualismo, la capacidad de análisis, el abordar temas con agudeza y precisión, por gente con aptitudes verdaderas, ya son cosas pretéritas, muy escasas aquí; que veamos personas sin apasionamiento político, orientadores reales de la ciudadanía, con mentalidad independiente, y jamás, objeto de utilización, como cajas de resonancia de intereses particulares, pasó todo de moda en este país. Claro, algunas excepciones se ven aún. TENEMOS QUE CUIDADARLAS.
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Autor: Rolando Fernández
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lunes, 14 de junio de 2010

Mi Plan de Paz: Una victoria Israelí



Por Daniel Pipes
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El Ministro de Defensa israelí Ehud Barak anunciaba este mes que Israel tiene que retirarse de los territorios palestinos. "El mundo no está dispuesto a aceptar -- y no vamos a cambiar eso en 2010 -- la perspectiva de que Israel gobierne a otro pueblo durante décadas más", decía. "Es algo que no existe en ninguna otra parte del mundo".
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¿Está en lo cierto? ¿Es aún posible la paz? Y si es así, ¿qué forma debería tener un acuerdo final? Ésas son las preguntas que planteamos a los columnistas del National Post dentro de nuestra serie "¿Cómo es su Plan de Paz?"
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La victoria engendra las circunstancias que conducen a la paz de forma única. Las guerras acaban, como confirma la historia, cuando una de las partes reconoce la derrota y la otra triunfa. Esto tiene sentido intuitivo, porque mientras ambas partes aspiran a alcanzar sus ambiciones, la lucha continúa o puede reanudarse potencialmente.
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El objetivo de la victoria no es precisamente algo nuevo. Sun Tzu, el antiguo estratega chino, aconsejaba que en guerra "Que tu gran objetivo sea la victoria". Raimondo Montecuccoli, un austriaco del siglo XVII, decía que "el objetivo en guerra es la victoria". Carl von Clausewitz, un prusiano del siglo XIX, añadía que "La guerra es un acto de violencia destinado a obligar al enemigo a cumplir tu voluntad". Winston Churchill dijo al pueblo británico: "¿Preguntáis cuál es nuestro objetivo? Yo puedo responder con una palabra. La victoria - victoria - a cualquier coste, la victoria a pesar de todo el terror, la victoria a pesar de lo largo y duro que pueda ser el camino". Dwight D. Eisenhower observaba que "En guerra, la victoria no tiene sustitutos". Estas perlas procedentes de otros tiempos siguen teniendo validez, porque al margen de lo que cambien los arsenales, la naturaleza humana sigue siendo idéntica.
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Victoria significa imponer la voluntad de uno al enemigo, obligándole a abandonar sus objetivos bélicos. Los alemanes, obligados a rendirse durante la Primera Guerra Mundial, conservaron el objetivo de dominar Europa y unos cuantos años más tarde recurrieron a Hitler como referente para alcanzar este objetivo. Los trozos de papel firmados sólo tienen validez se una de las partes se ha rendido: La guerra de Vietnam concluyó supuestamente a través de la diplomacia en 1973, pero ambas partes siguieron aspirando a sus objetivos de guerra hasta que el Norte se alzó con la victoria final en 1975.
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La voluntad humana es la clave: derribar aviones, destruir tanques, agotar municiones, hacer retroceder tropas y capturar territorios no son decisivos en sí mismos sino que deben de acompañarse de un colapso psicológico. La derrota de Corea del Norte en 1953, la de Saddam Hussein en 1991 o la sunita iraquí de 2003 no se tradujeron en desprecio. A la inversa, los franceses abandonaron Argelia en 1962, a pesar de superar a sus enemigos en armamento y efectivos, igual que los americanos en Vietnam en 1975 o los soviéticos en Afganistán en 1989. La Guerra Fría acabó sin grandes bajas. En todos los casos, los perdedores conservaron enormes arsenales, ejércitos y economías en funcionamiento. Pero se les acabó la voluntad.
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De igual manera, el conflicto árabe israelí se resolverá cuando alguna de las partes abandone.
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Hasta la fecha, una ronda de hostilidades tras otra, ambas partes han mantenido sus objetivos. Israel lucha por alcanzar la aceptación de sus enemigos, mientras esos enemigos luchan por eliminar a Israel. Estos objetivos son claros, perennes y mutuamente excluyentes. La aceptación de la existencia de Israel o su eliminación son los dos únicos estados de la paz. Cada observador debe optar por una solución o por la otra. La persona civilizada querrá que Israel gane, porque su objetivo es defensivo, proteger un país floreciente y existente. El objetivo de aniquilación que tienen sus enemigos es barbarismo puro.
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Durante casi 60 años, los árabes que rechazan la existencia de Israel, con el respaldo ahora de sus homólogos iraníes y la izquierda, han intentado eliminar a Israel a través de múltiples estrategias: trabajan para socavar su legitimidad intelectualmente, desbordarlo demográficamente, aislarlo económicamente, contener sus defensas diplomáticamente, luchar de forma convencional, desmoralizarlo con el terror y amenazar con borrarlo del mapa con armamento de destrucción masiva. Mientras los enemigos de Israel han perseguido sus objetivos con energía y voluntad, han contado escasos éxitos.
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Irónicamente, los israelíes respondieron a lo largo del tiempo al asalto incesante contra su país perdiendo de vista la necesidad de ganar. La derecha desarrolló los sistemas para refinar la victoria, el centro experimentó con el apaciguamiento y el unilateralismo, y la izquierda se volcó en la culpa y la autorrecriminación. Poquísimos israelíes entienden la cuestión abierta de la victoria, de aplastar la voluntad del enemigo y obligarle a aceptar la permanencia del estado judío.
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Afortunadamente para Israel, basta con derrotar a los palestinos, y no a toda la población árabe o musulmana, que finalmente seguirá el ejemplo palestino de aceptar a Israel. Afortunadamente también, aunque los palestinos se han construido una reputación formidable de resistencia, pueden ser derrotados. Si los alemanes y los japoneses pudieron ser obligados a rendirse en 1945 y los americanos en 1975, ¿cómo pueden los palestinos quedar exentos de la derrota?
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El Consejo de Seguridad, un factor que prolonga el conflicto árabe-israelí.Por supuesto, Israel se enfrenta a obstáculos en la consecución de la victoria. El país se encuentra limitado en general por las expectativas internacionales (del Consejo de Seguridad, por ejemplo) y específicamente, por las políticas de su principal aliado, el gobierno estadounidense. Por tanto, si Jerusalén ha de ganar, eso empieza por un cambio de política en Estados Unidos y los demás países occidentales. Los gobiernos deberían instar a Israel a buscar la victoria convenciendo a los palestinos de que han perdido.
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Esto significa deshacer la percepción de debilidad de Israel que prosperó durante el proceso de Oslo (1993-2000) y tras las retiradas gemelas del Líbano y Gaza (2.000-05). Jerusalén parecía recuperar el rumbo durante los tres primeros años de Ariel Sharon como primer ministro, 2001-03 y su postura firme supuso entonces un verdadero progreso en el esfuerzo bélico de Israel. Sólo cuando se hizo evidente a finales de 2004 que Sharon realmente tenía intención de retirarse unilateralmente de Gaza reanimó el ánimo palestino e Israel dejó de ganar. La debilitante primera cartera de Ehud Olmert sólo ha sido solucionada en parte por Binyamin Netanyahu durante el último año.
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Irónicamente, una victoria israelí traería beneficios aún mayores a los palestinos que a Israel. Los israelíes se beneficiarían de deshacerse de una guerra atávica, sin duda, pero su país es una sociedad moderna y vibrante. Para los palestinos, por el contrario, abandonar el sueño fétido de eliminar a su vecino les ofrecería por fin la oportunidad de ocuparse de sus asuntos espurios, desarrollar su sistema de gobierno muy deficiente, su economía, su sociedad y su cultura.
Así, mi plan de paz pone fin a la guerra y trae beneficios únicos a todos los directamente involucrados al mismo tiempo.
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domingo, 6 de junio de 2010

miércoles, 2 de junio de 2010

Laboristas y conservadores en la era de Gordon Brown



¿Desaparecerá con él la filosofía política que le caracterizó, la Tercera Vía?


La Tercera Vía es una etiqueta que designa la necesidad de poner al día el pensamiento de centro izquierda dadas las grandes transformaciones que está experimentando el mundo y, sobre todo, la influencia de la globalización, la interdependencia creciente de la economía mundial.

La Primera Vía es la izquierda socialdemócrata tradicional, que dominó las ideas y las prácticas políticas en el primer periodo de posguerra. Sus bases son la economía keynesiana y la noción de que el Estado debe sustituir al mercado en áreas fundamentales de la vida económica. Esta perspectiva fracasó a medida que la economía se globalizó y empezó a reconocerse que el Estado, muchas veces, es ineficaz, torpe y burocrático. La Segunda Vía es el thatcherismo o fundamentalismo del mercado; la convicción de que es preciso extender al máximo el ámbito del mercado, porque éste es quien distribuye los recursos de forma más racional y eficiente.

El thatcherismo produjo algunas innovaciones importantes y fue importante a la hora de restablecer la competitividad británica. Pero murió de muerte natural, cuando se hicieron visibles sus limitaciones. Durante los años de Thatcher, la pobreza y las desigualdades aumentaron más en el Reino Unido que en prácticamente cualquier otro país desarrollado. Y las inversiones en servicios públicos se fueron a pique. Era, pues, absolutamente necesario buscar una tercera alternativa, una estrategia política que tratase de conciliar la competitividad económica con la protección social y la lucha contra la pobreza.

Algunos han considerado que la Tercera Vía era un nombre para los titulares, un truco de relaciones públicas sin más, un punto de vista político vacío de contenido sustancial. Esta opinión está muy equivocada. El laborismo ha ganado tres elecciones sucesivas por primera vez en su historia, y muy bien podría ganar la cuarta, precisamente porque la Tercera Vía está llena de contenido. Seguramente, Gordon Brown no utilizará el término, y yo mismo he dejado de usarlo por todo lo que se ha malinterpretado. Pero Brown no va a volver al viejo laborismo, y no cabe duda de que utilizará -y seguirá desarrollando- la estructura fundamental del pensamiento político de la Tercera Vía.

Dicha estructura se basa en una serie de principios estratégicos clave, bien diferenciados del pensamiento de izquierdas tradicional. El primero es: apoderarse del centro político. Ningún partido socialdemócrata puede triunfar hoy si pretende atraer a una clase determinada. Lo importante es tratar de mover el centro de gravedad político hacia la izquierda. En los diez últimos años, el laborismo ha sabido hacerlo.

El segundo principio es: asegurar la fortaleza de la economía. Garantizar más justicia social significa contar con una economía más sólida, no al revés. Como es natural, éste ha sido uno de los puntos fuertes de Gordon Brown. Los gobiernos laboristas anteriores, casi sin excepción, acabaron en crisis económica a los pocos años de tener el poder.

El tercer principio es el de hacer grandes inversiones en los servicios públicos pero insistir en que vayan acompañadas de reformas destinadas a hacer que dichos servicios sean más eficientes y transparentes y tengan más capacidad de reacción. Para ello son esenciales la posibilidad de elección y la competencia.

El cuarto principio es crear un nuevo contrato entre el Estado y los ciudadanos, que incluya tanto derechos como responsabilidades. El gobierno debe proporcionar los recursos necesarios para ayudar a la gente a construir su propia vida; pero la gente debe cumplir con su parte del pacto. Por ejemplo, hasta ahora, las prestaciones de desempleo eran un derecho incondicional. Ahora bien, esa situación invita a no asumir ninguna responsabilidad personal y tiene el efecto de impedir el acceso de los trabajadores a determinados puestos de trabajo. Las personas que pierden su empleo deben responsabilizarse de buscar trabajo y, al mismo tiempo, deben tener la posibilidad de actualizar su formación cuando lo necesiten. Es una estrategia que ha demostrado su eficacia. Gran Bretaña posee uno de los índices de empleo más elevados del mundo, y por encima de un salario mínimo en alza.

Por último, el principio más controvertido -aunque crucial para el éxito del laborismo-: no permitir que la derecha política monopolice ninguna cuestión, una posición en la que Brown también se mantendrá. La derecha suele dominar siempre en áreas como el orden público, la inmigración y el terrorismo; tenemos que buscar soluciones de centro izquierda a estos problemas. Dadas las repercusiones que tiene el hecho de vivir en un mundo más globalizado, es preciso que encontremos un nuevo equilibrio entre las libertades civiles y la seguridad.

Gordon Brown seguirá recurriendo a la Tercera Vía, igual que, en la práctica, lo hacen hoy todos los líderes de centro izquierda del mundo entero a los que les va bien. Eso no significa que no vaya a buscar nuevas estrategias y hacer cambios. No tiene más remedio. Como dijo él mismo, "se han cometido errores"; no sólo uno catastrófico en política exterior, sino también muchos en los asuntos nacionales. Por ejemplo, el laborismo no ha actuado suficientemente contra las desigualdades, y Brown tiene que volver a estudiar la cuestión de las libertades civiles. Pero no abandonará las ideas centrales que han transformado el rostro político del país.

Así que el pesimismo que era tan visible en las filas laboristas hace unos meses se ha evaporado. De pronto, con un nuevo líder y primer ministro, todo vuelve a parecer posible. Mientras tanto, los conservadores, que, hace poco, parecían acumular una ventaja amplia y sostenida en los sondeos, parecen vulnerables y sin rumbo. ¿Por qué?

Una explicación podría ser el previsible efecto Brown, un cambio meramente temporal de opinión debido a toda la atención que ha suscitado el traspaso de poderes en el gobierno del Reino Unido. Quizá Gordon Brown no aguante bien la transición al cargo de primer ministro. En otros países ha habido casos (el más conocido es el de Paul Martin en Canadá) de políticos que habían tenido éxito como ministros de Hacienda y, sin embargo, fracasaron al hacerse cargo del mando supremo. Ahora bien, David Cameron haría mal en fiarse de esa posibilidad. Brown es un político excepcional. En encanto y atractivo personal no es Blair, pero, a estas alturas, es posible que los electores prefieran otro estilo de liderazgo, y Brown podría ser la persona adecuada para proporcionarlo.

Lo que tienen que hacer los conservadores es revisar seriamente su estrategia. Cameron ha sido una inyección de aire fresco en el partido. Muchos de los cambios que ha hecho eran necesarios. El thatcherismo está muerto; Blair ha vencido nada menos que a cuatro rivales conservadores que se empeñaron en seguir siendo thatcheristas.

Pero Cameron parece haber creído que el nuevo laborismo triunfó porque supo manipular la opinión pública, que todo su fundamento eran las relaciones públicas y las frases para titulares. Es una idea muy extendida, pero está muy equivocada. Desde el principio, la base del nuevo laborismo fue una agenda política detallada y sólida, que se basaba en un análisis serio y minucioso del mundo en transformación.

No veo un análisis similar en los discursos de David Cameron. Cualquier gran transformación en política tiene unas bases intelectuales. Por ejemplo, el thatcherismo se construyó a partir de importantes revisiones de la teoría económica. Se desecharon las ideas keynesianas y se dijo que el Estado de bienestar estaba creando unos ciudadanos pasivos y dependientes. Cameron necesita una contribución intelectual más seria y constante a sus ideas.

Por último, es fácil ver todos los defectos que tiene un concepto de los conservadores, la responsabilidad social, a la que David Cameron da tanta importancia. Pretende que este concepto sea la línea de separación entre conservadores y laboristas. Brown, afirma Cameron, cree en el gobierno desde arriba y en el gran Estado, mientras que los conservadores quieren transferir el poder a la gente de la calle, en particular a través de grupos no gubernamentales como las asociaciones de voluntariado.

En primer lugar, es muy posible que Brown eche por tierra las expectativas y se dedique, él mismo, a promover una transferencia radical de poderes. Ya ha dado señales de ello al aceptar -aunque con retraso- las academias municipales, y va a hacer lo mismo con los hospitales controlados por fundaciones. Pero más importante aún es el hecho de que no se han estudiado debidamente las repercusiones de la responsabilidad social en la estrategia política.

Hace poco di una charla en un think-tank conservador de Londres. Hablé sobre la importancia que tiene el cambio de estilo de vida como concepto en la política actual, en áreas que van desde el cambio climático hasta la salud. La reacción de un importante político que se encontraba entre el público fue decir que estamos de nuevo ante el Estado niñera y que la gente debe poder tomar sus decisiones sin que el gobierno interfiera con su propaganda. Dijo que no deberían existir prohibiciones de fumar, que los conductores sólo deberían llevar el cinturón si les apetece y que no deberían hacerse campañas sobre los hábitos alimenticios. Cuando le pregunté cómo era compatible eso con la responsabilidad social que él mismo había ensalzado unos minutos antes, no supo responderme. Es evidente que conseguir que la gente asuma más responsabilidad social por sus acciones significa cambiar su comportamiento. En aquella discusión, bastante exhaustiva, no oí ninguna sugerencia sobre cómo lograrlo.

Anthony Giddens es sociólogo británico y admirado por Wanchy Medina