Estamos atrapados en la violencia social, la corruptela, el sicariato
Tengo en mi memoria guardadas como en un sagrado cofre
aquellas desgarradoras escenas del huracán George, cuyo ojo incluía la ciudad que me cobija desde hace 45 años, La Romana.
Perfectamente recuerdo el zumbido o silbido aterrador de sus destructivos vientos. Hizo añicos a la mayoría de las casas y edificios antiguos, derrumbó las caobas y frondosos árboles de más de una centuria en el Parque Duarte y en el Central Romana; devastó el barrio Río Salado, los daños al barrio más populoso de La Romana, Villa Verde, daban a entender que había sido bombardeado; en Casa de Campo el panorama era desolador con cientos de Villas destruidas, las playas Minitas y Caleta parecían depósitos de escombros y basureros y cualquier otra cosa menos playas. En fin, un pueblo destruido, sin calles transitables, sin agua ni energía eléctrica, escasez de comida, un alto porcentaje de sus viviendas arruinadas o destruidas y miles de damnificados.
De todo ese horror de pronto emerge una especie de impulso divino que se apoderó del conjunto social, y después de llantos, gemidos, gritos y abrazos, decidió el pueblo asumir una unión y solidaridad indescriptibles, haciéndonos recordar a otras naciones que decidieron su reconstrucción después de grandes catástrofes, convirtiéndose en naciones progresistas y desarrolladas.
En La Romana desapareció el ego, la envidia, la rivalidad, altanería, arrogancia, engreimiento, menosprecio, las clases sociales. Todos éramos “uno” iguales, compartiendo salchichas, salamis, velas, lamparitas “jumeadoras”, cubos de agua, los martillos para reparar las casas en conjunto, y hasta se compartían los colchones que quedaron secos.
Los crímenes y delitos disminuyeron con la solidaridad del sector o del barrio. Sin embargo, ese escenario de humanidad, de solidaridad con los demás y de unión social en pocos meses lamentablemente desapareció con la recuperación material, y esta historia ocurrió en todos los lugares del país que fueron impactados por este fenómeno, dándonos a entender que los dominicanos solo nos unimos y somos solidarios en momentos de desgracia, y por poco tiempo.
Hoy estamos atrapados en la violencia social, la corruptela, el sicariato, el narcotráfico y desenfreno social generalizado. Y parece que nos hace falta otro “gran huracán” que arrope el país y nos imponga la solidaridad, compasión, comprensión, el sentimiento humanitario, el verdadero cristianismo y que aunque nos recuperemos de los bienes materiales, no nos apartemos de estos valores como ocurrió meses después del ciclón George.