martes, 30 de noviembre de 2010

JOSÉ REYES ES MORALMENTE GRANDE!!!!!!!!!!!!


Por Elpidio Tolentino
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El doctor José Reyes fue síndico de La Romana por ocho años. Salió de la Alcaldía como tenía que salir: CON LA FRENTE EN ALTO, y su moral en un alto pedestal en la sociedad romanense.

Y escribo así, porque a pocos días de estar las nuevas autoridades en el cabildo, escuché a un amigo decir que José y los que estaban con el habían sido corruptos y merecían estar presos. Y de verdad quedé callado, a la vez que en mi interior preguntaba por qué no lo sometían y procesaban.

Pero también pensaba que José no ha manejado ningún dinero para asistencias sociales o ayudas por enfermedad, y se ha quedado con parte de ese dinero. Tampoco recuerdo que José Reyes haya trabajado en lugar alguno y hayan tenido que "sacarlo" por indelicadezas en sus funciones.
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Tampoco he recordado a José regalar algún bien, ya pagado, y resulta que hayan tenido que pagarlo nueva vez, porque los recursos no llegaron como y donde debieron llegar.

Lo que sí recuerdo es que Leonel Fernández, presidente de la República, le dijo que construyera el Monumento a Juan Bosch, que le daría los siete millones de pesos que se llevaba, y José comenzó a coger fiao, puso al contratista a trabajar y al escultor a hacer su obra.

Pero como Leonel no le cumplió a José, eso lo recuerdo fresquesito, con el hecho de haber pedido la sindicatura vinieron las presiones y se habló que el escultor hasta lo sometería por trabajo realizado y no pagado.

Y estan así que lo someterían, que me satisface saber que José no tenía con qué pagar esos compromisos, porque no ha robado, no ha amasado fortuna, no se ha quedado con lo ajeno, y tuvieron que meterle la mano gente de su partido para pagar la estatua de Juan Bosch.

Y estan grande José, que cuando el monumento a Juan Bosch, que es un sueño de él, de José Ramón Reyes Reyes, está allí a medias, si hubiese sido el corrupto que han dicho, conociéndolo como lo conozco, ya el mismo hubiera buscado esos cuartos y la estatuta estuviera a la vista de todos.
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Y es tan grande moral, política, personalmente JOSÉ REYES, que ganando muy bien como médico (que nunca ha dejado de ejercer) sigue viviendo en su misma modesta casa de Chicago. No se ha ido a Casa de Campo, Buena Vista Norte, La Hoz, Romana del Oeste ni las Orquídeas, sino que sigue siendo el mismo José, trabajando y ayudando gente, con lo de el, con lo que se gana en el sector privado y en el público.

ASÍ QUE, DEFINITIVAMENTE, JOSÉ REYES ES GRANDE!!!

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miércoles, 24 de noviembre de 2010

MULTILATERALISMO Y DESORDEN GLOBAL

El orden multipolar al que se dirige el mundo podría alejarse aún más del multilateralismo. ¿Cómo evitarlo?





Para los aficionados a la pintura, el mundo actual se asemejaría a un cuadro impresionista, con figuras borrosas, o incluso a una obra surrealista que rechaza criterios racionales y donde predominan sorpresa y desorden. No sería una obra clásica, de formas nítidas, como desearon Wilson o Roosevelt para remediar el caos posterior a las dos guerras mundiales.

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Pero no hay mucho arte en el sistema internacional contemporáneo. Ni mucha estrategia. Más que el Gran Juego decimonónico, la política internacional es un juego de póquer donde se utilizan cartas como la política monetaria o la energía, y se guardan otras a la espera de la siguiente mano. Pocos socios, menos aliados y muchos rivales. Los sofisticados esquemas académicos y designios estratégicos ideados en los laboratorios políticos casan mal con la enrevesada realidad de las relaciones internacionales modernas.

Lo cierto es que, más allá de que asistimos a cambios geopolíticos de envergadura, no sabemos mucho del futuro orden internacional. Sí podemos aventurar que será un mundo multipolar o no polar, donde coexistirán, aún de forma desordenada, varios poderes de influencia dispar, muy vulnerables ante factores no estatales (desde emergencias civiles, shocks financieros hasta acciones de grupos terroristas). Un mundo donde lo doméstico se entremezcla de forma confusa con lo internacional; fenómenos aparentemente locales, como nacionalismos y xenofobia, tienen serias implicaciones geopolíticas. Imprevisibilidad e incertidumbre son palabras que reflejan nuestra perplejidad ante el orden internacional que se avecina.

En este contexto, la crisis económica y financiera, con sus sucesivas réplicas sísmicas, ha acelerado tendencias geopolíticas preexistentes, como el desplazamiento del centro de gravedad económico y político del Atlántico Norte hacia Asia y el Pacífico.

Es una crisis que a su vez evidencia la del propio sistema multilateral, al menos a tres niveles: legitimidad, eficacia y capacidad. Legitimidad, por el déficit democrático de la mayoría de sus miembros. Eficacia, porque el sistema resulta insuficiente a la hora de evitar actos de agresión mediante la aplicación del principio de seguridad colectiva, o de disuadir serias vulneraciones a las reglas de juego, como la proliferación nuclear o las violaciones masivas de derechos humanos. El sistema multilateral tampoco consigue otorgar suficiente legitimidad a las acciones internacionales frente a tales violaciones, como demuestran las reticencias de muchos miembros de la ONU (entre ellos, la práctica totalidad de los poderes emergentes) hacia el principio de Responsabilidad de Proteger (R2P). Finalmente, es una crisis de capacidad, dado que las instituciones no pueden responder adecuadamente a las necesidades de gobernanza global, marcadas por desafíos transversales como el cambio climático o las pandemias.

Si el sistema multilateral ya está seriamente tocado, el orden multipolar al que parece conducir la crisis podría alejarse aún más del multilateralismo. Las grandes organizaciones de seguridad coinciden en la identificación de las nuevas amenazas y desafíos (como muestran los documentos estratégicos de la ONU, UE, OTAN u OSCE), pero no existe un verdadero consenso acerca de cuáles son prioritarias, algo que las diferencias políticas en la agenda de seguridad hacen aún más palpable. Incluso cuando hay acuerdo sobre la gravedad de la amenaza, como la proliferación nuclear, nuevas y complejas relaciones de poder reducen el margen de acción colectiva. El criterio de “éxito” deja de ser la modificación de la conducta de los transgresores; basta con que órganos como el Consejo de Seguridad consigan tomar alguna decisión. Se abre así la veda para el free-lancing en materia de seguridad, como las gestiones de Turquía y Brasil con Irán. Si eso ocurre con amenazas sistémicas como la nuclear, las posibilidades de acción multilateral son aún menores respecto a riesgos que no afectan de manera tan evidente a intereses vitales; es el caso de la gestión de conflictos en Estados fallidos como Somalia o Sudán.

La ambición de Europa no puede ser la mera suma de las ambiciones de los Estados, como hoy parecen entender los grandes como Francia, Alemania o Reino Unido

Como alternativa a este sistema, los países recurren a foros del estilo del G-20 o grupos regionales, como la Organización de Cooperación de Shanghai; foros que intentan aunar intereses muy dispares. Cobran nueva fuerza los intereses nacionales y la soberanía resurge, aunque hoy es relativa. Ejemplo de ello en la propia UE es la actual crisis de solidaridad que se manifiesta en profundas divisiones a la hora de acordar mecanismos para salvar el euro de las especulaciones financieras, o en el estancamiento de los mecanismos comunes de seguridad y defensa que introdujo el Tratado de Lisboa frente a acuerdos puramente bilaterales en materia de defensa, como los firmados recientemente entre Francia y el Reino Unido. El resultado es, por un lado, un orden global de seguridad colectiva que entra en quiebra, y por otro, un incipiente orden que germina, basado en el clásico equilibrio de poderes en torno a una o dos potencias globales (EE UU y China), varios aspirantes (como la UE), una multitud de potencias regionales, y cambiantes alianzas basadas en intereses concretos –sea defensa, energía o comercio.

Pero es un error intentar organizar el mundo del siglo XXI exclusivamente en claves de soberanía clásica. Es demasiado interdependiente y muchos de los riesgos a nuestra seguridad son trasversales; ello requiere esfuerzos colectivos que también incluyan actores no estatales (por ejemplo, en el ámbito de la investigación científica, mediante partenariados público-privados). Un multilateralismo moderno exige un nuevo marco de cooperación que, además de los equilibrios de poder, tenga en cuenta la complejidad de los desafíos de seguridad, la importancia de las acciones preventivas (como en la lucha contra el cambio climático), así como la necesidad de reafirmar un modelo normativo sobre una base democrática.

La Unión Europea, como modelo metasoberano, tendría ventajas comparativas en este otro orden posible si aprovecha de manera creativa los desafíos que plantea la crisis económica. El historiador Tony Judt hablaba de la incapacidad de los gobernantes actuales de concebir la política más allá de un estrecho economicismo. Desgraciadamente, este parece ser el único criterio de análisis estratégico para las nuevas instituciones de Bruselas. La ambición de Europa no puede ser la mera suma de las ambiciones de los Estados, como hoy parecen entender los grandes como Francia, Alemania o Reino Unido. Es necesario un interés colectivo europeo para moldear el entorno global, como se acordó en la Estrategia de Seguridad, avanzando en algunas opciones que tengan verdadero impacto geopolítico –la integración de Turquía es un ejemplo.

Por ello, ante el invierno de cumbres multilaterales que se avecina –OTAN en Lisboa, OSCE en Astana, etc. –, los gobiernos europeos deberían tener presente que si el interés europeo es que el mundo multipolar sea también multilateral, no bastará sólo con jugar a la Realpolitik por el afán de mantenerse en la foto –como vienen haciendo desde que estalló la crisis.
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lunes, 1 de noviembre de 2010

CINCO (5) COSAS QUE NO SABE DE LOS SUPERMERCADOS

Miles de millones de personas son incapaces de imaginarse ya su vida sin los supermercados. Pero, mientras empujamos nuestros carros de la compra, ¿qué fuerzas nos empujan a nosotros?






Por Raj Patel



1. Los supermercados dominan la cadena alimentaria.
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Hace un siglo, las empresas que controlaban el comercio mundial de alimentos -Cargill, Louis Dreyfus, Continental Grain y Bunge- eran mayoristas. Hoy, esos gigantes han quedado empequeñecidos al lado de los supermercados que gobiernan el sistema alimentario global, desde la granja hasta el plato. La estadounidense Walmart, la cadena comercial más grande del planeta, tiene unas ventas superiores al 2% del PIB de EE UU, y, con los 2,1 millones de dependientes, encargados de almacén y responsables de logística que trabajan en sus 8.416 tiendas, desde Shenzhen hasta Shreveport, es una de las empresas con mayor número de empleados del mundo; sólo el Ejército chino cuenta con más gente en su nómina. Los supermercados dieron el primer salto a los países en vías de desarrollo en los 90; en la actualidad, representan más de la mitad del comercio minorista de alimentos en Latinoamérica y China.
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2. Pero eso no significa que todos comamos lo mismo.
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El éxito en Asia de Carrefour, la poderosa cadena francesa, no se produjo porque Oriente, famoso por su intolerancia a la lactosa, desarrollara de pronto un antojo de queso brie. A diferencia de McDonald's, los supermercados no se limitan a imponer a otros los prejuicios culturales de sus países de origen: en Pekín, Walmart vende tortugas vivas para hacer sopa y presume de tener crema hidratante hecha con placenta de oveja (una legendaria reductora de arrugas). Ahora bien, los supermercados sí son factores importantes en lo que los epidemiólogos llaman la transición nutricional: los alimentos frescos, locales, están perdiendo terreno ante unos artículos procesados que suelen tener más sal, grasas y azúcar, y son mucho más rentables para las tiendas. ¿El resultado? Un aumento espectacular de los índices de obesidad en todo el planeta.
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3. A la hora de hablar de vigilancia, la CIA no es nada en comparación con los supermercados.




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El primer supermercado de la historia, King Piggly Wiggly en Memphis, Tennessee (EE UU), guiaba a los compradores de 1916 a través de un laberinto de pasillos alambrados para hacerles pasar por todos los artículos antes de llegar a la caja. El Gran Hermano de los supermercados actuales es mucho más sofisticado: las tecnologías modernas como el etiquetado con identificación por radiofrecuencia y la obtención de datos -la única base de datos con una capacidad superior a la de Walmart es la del Pentágono- sirven para vigilar los hábitos de los consumidores y fomentar al máximo las compras impulsivas. Es muy probable que la familia Walton (dueña de Walmart) sepa más de una persona china corriente que el director de la CIA, Leon Panetta.
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4. A los supermercados no les gustan los pobres.




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Cuando llegaron los primeros Carrefour y Tesco al sureste asiático y Latinoamérica, escogieron emplazamientos en las zonas más elegantes de Bangkok y Buenos Aires. Los supermercados tienen costes elevados -una sucursal normal guarda reservas de cientos de miles de artículos- y márgenes escasos: el beneficio depende del volumen de compra. Por consiguiente, estas tiendas de grandes cajas buscan consumidores con coches, un indicador de riqueza importante en los países en vías de desarrollo. Lo irónico es que los supermercados suelen ser más baratos que otras tiendas locales; una caja de cereales puede ser un 40% más cara en ellas que en una gran superficie.
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5. La variedad es un engaño.








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El auténtico genio malvado de las grandes cadenas no está en la lasaña congelada; está en el imperio logístico que hace falta para llevar plátanos desde una plantación en Honduras hasta el supermercado local. La variedad estacional se ha sacrificado debido a la facilidad de transporte, y las granjas con más capacidad de ofrecer una monótona colección de frutas y hortalizas con carne resistente a los golpes y piel de cera han ganado la batalla. Por suerte, ha habido una reacción: han empezado a proliferar los mercados urbanos de productos locales, tanto en la neoyorquina Union Square como en el distrito Shibuya de Tokio, y los grupos de agricultores y consumidores están experimentando con nuevas tecnologías para distribuir la agricultura local. Es posible que estos nuevos supermercadillos sean el futuro de los alimentos.




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